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La minera Glencore enfrenta oposición en Perú

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La multinacional suiza quiere expandir sus operaciones en la minería de cobre en un área remota de los Andes peruanos. La comunidad local rechaza el proyecto porque teme por su vida y salud.
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Unos mil pobladores peruanos decidieron marchar una fría mañana de junio en lo alto de la montaña, portaban trajes típicos y denunciaban el daño que causa la actividad de Glencore a su tierra y forma de subsistencia.

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Mientras Suiza analiza una iniciativa popular para responsabilizar a las multinacionales por sus abusos ambientales y de derechos humanos en el extranjero, el complejo minero Tintaya-Antapaccay muestra en Perú cómo las comunidades luchan por hacer oír su voz mientras hay millones de dólares en juego.
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“Todo lo relacionado con esta mina nos afecta.
No hay justicia para nosotros”.—

-- Maria Cuaquira.

Cuaquira pasa del español al quechua al explicar que la expansión de la mina bloqueó a su comunidad rutas que utilizaba para el pastoreo y que el polvo resultante de la actividad minera daña sus ojos y los de su rebaño.
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Cuaquira es una de los cientos de los pobladores convencidos de que su vida empeoró día tras día desde que la mina original de cobre, Tintaya, inició operaciones hace 34 años. La gente que vive cerca del complejo minero considera que ni el gobierno ni la empresa han mejorado su situación.

Les preocupa que el nuevo proyecto de expansión de Glencore en Coroccohuayco, con un valor de 582 millones de francos suizos, traiga más infortunios. Los pobladores están insatisfechos con la consulta que hicieron las autoridades en representación de la multinacional. Piensan que más minería en esta zona tendrá un impacto medioambiental negativo y no beneficiará a la gente.

Los manifestantes se abrieron camino por una ruta sinuosa y empinada, entre las cercas de alambre de púas que resguardan la mina a cielo abierto y sus enormes relaves de mineral. Este camino, que antes eran pastos que conducían al arroyo, es el único acceso que existe hacia Alto Huarca, un pueblo remoto a más de 4 000 metros de altura en la región de Espinar.

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La multitud de lengua quechua gritaba en castellano: “¿Qué queremos? ¡Una consulta previa!”

Their top concerns in relation to Glencore’s mining activity in the region are lack of access to clean water, human and animal health consequences of toxic metal contamination, violence by security forces, land rights and inadequate community consultation.

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Una ley del 2011 exige al gobierno peruano consultar a las comunidades antes de aprobar cualquier proyecto de desarrollo que pueda afectarles. Representantes de 13 comunidades aguardaban la visita del ministro de Energía y Minería para una consulta el 14 de junio, pero este envío a representantes.
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Sin agua, no hay vida

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Aunque muchos de sus vecinos partieron en busca de una vida mejor, Francisco Merma aún vive en la casa de adobe donde nació en 1951. Ya era un hombre adulto cuando el enorme pozo de la mina de Tintaya, a 2 kilómetros de su hogar, tomó forma.

El pueblo de Alto Huacane, dice Merma, tenía entonces suficiente agua para la gente y los animales. La vida era simple antes de la llegada de los lucrativos proyectos cupríferos de las empresas extranjeras. El agua fluía libre desde las montañas y los arroyos estaban relativamente limpios.

Glencore, multinacional suiza que dirige Tintaya desde mayo del 2013, raciona el agua potable a la comunidad dos veces por semana. “¿Qué se supone que debo hacer?”, pregunta Merma mientras abre un grifo exterior instalado hace poco por la mina. No hay ni una gota de agua.

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Merma considera que el difícil acceso al agua dulce y la contaminación ambiental son los culpables del éxodo de vecinos que ha habido y de la desaparición de su ganado. Las comunidades de la zona están convencidas además de las toxinas liberadas por las actividades mineras provocan una elevada tasa de abortos espontáneos. Y muestra dos fetos de alpaca malogrados para ilustrar la magnitud del problema.

“No hay suficiente agua para vivir aquí”, añade Merma, “teníamos muchos animales, pero lo único que tengo ahora son dos vacas, cinco ovejas y algunas alpacas. Cuando los animales beben del río, mueren, lanzan espuma por la boca y sufren abortos”.

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Copper -central dedicada a proveer electricidad para el uso doméstico e industrial- es el principal destino de los amplios esfuerzos que realiza la mina.

Oro, plata y minerales como el molibdeno, utilizado en aleaciones de acero, también se extraen de las minas de Antapaccay y Tintaya.

A los pobladores les preocupa que la nueva mina genere más polvo irritante y aumente la contaminación del escaso flujo de agua actual. Algunas comunidades están adoptando un enfoque pragmático; solicitan que se les compense con mejores infraestructuras y servicios.

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El barrio que surgió en los años 90, entre la casa de Merma y la mina, también despierta el resentimiento de la comunidad. Ahí viven mineros de Glencore provenientes de otras partes de Perú.

"Esos apartamentos sí tienen mucha agua, me imagino”, dice Merma, “incluso lavan sus coches con ella”.


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Glencore dijo a swissinfo.ch que en la mina Antapaccay, el agua es desechada en el río solo después de haber experimentado un "tratamiento adecuado". En un correo electrónico, la compañía añadió: "el monitoreo ambiental se lleva a cabo de forma regular por expertos internos, por la Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA) y por la Autoridad Nacional del Agua".

Estas auditorías internas y externas muestran que " nuestras operaciones mineras no tienen un impacto [negativo]".

Sin embargo, debido a la geología natural en la región que conforma el cinturón del cobre, “el agua del río no es apta para el consumo humano. Reconocemos que el acceso al agua potable es un problema y ayudamos a las autoridades locales a resolverlo”.

La Agencia Medioambiental del Perú declinó hacer comentarios.


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Just how toxic?

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Mucha gente que vive cerca de la mina culpa a los metales tóxicos liberados por la actividad minera de provocar graves problemas de salud y la muerte de sus familiares. Creen que estas sustancias tóxicas también son responsables de la elevada tasa de abortos espontáneos en los animales.
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Teófilo Alcapari, quien vive muy cerca de la mina Antapaccay, culpa a la contaminación ambiental de los problemas de aprendizaje de su hijo y de la muerte de su padre por cáncer.

“Son los metales pesados provenientes de estas operaciones y los deslizamientos de tierra de los deslaves”, explica, haciendo referencia a las enormes e inestables pilas de mineral que suelen ser desechadas cerca de sus casas y de sus fuentes de agua.
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Un estudio realizado en 2013 por el Ministerio de Medio Ambiente peruano entre 15 comunidades demostró que en 41 de 58 sitios analizados el agua contenía al menos un metal pesado o producto químico por arriba de los niveles permitidos. Pero en 2016, el Ministerio de Agricultura afirmó que el nivel de exposición de los animales de granja a metales pesados en esta área estaba en “valores aceptables”.

Jonh Astete, experto del Centro Nacional de Salud Ocupacional y Medio Ambiente, afirma que la exposición a metales pesados en humanos suele relacionarse con las operaciones mineras. Pero refiere también que en las zonas montañosas altamente mineralizadas también existe una "exposición natural" a esos metales.

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Y la exposición prolongada a elevados niveles de polvo de cobre puede irritar nariz, boca y ojos.

Beber agua contaminada con cobre provoca náuseas, vómito, calambres estomacales y diarrea.

La Agencia de Protección Ambiental estadounidense (EPA) asegura que la exposición extrema al sulfato de cobre puede causar daño hepático, renal, e incluso la muerte.

La agencia no clasifica el cobre como un carcinógeno humano "porque no hay estudios adecuados de cáncer humano o animal” que permitan concluirlo.

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Nadie nos escucha

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Andrés Aventino vive en Tintaya Marquiri, pueblo a unos cuantos metros de la entrada de la mina. De pie, cerca de la tumba de su tía que murió hace poco de un cáncer de riñón, quiere enviar un mensaje directamente a Ivan Glasenberg, director de Glencore.

“Su administración y directores en Tintaya y Antapaccay no prestan atención a los residentes locales. No nos escuchan. Tengo muchas preguntas, pero no hay respuestas”, dice.

Aventino sostiene documentos que muestran su título de propiedad y explica que cuanto más cerca vive la gente de las dos minas, más presión recibe para vender su tierra a la empresa a precios injustos. Algunos de los que aceptan vender reciben una oferta de empleo a cambio, pero deben mantener todo bajo acuerdos estrictamente confidenciales, añade.

Aventino propone que a los indígenas propietarios se les otorgue el estatus de accionistas de Glencore porque, en su opinión, esto resolvería muchos problemas entre las comunidades y la mina.

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Glencore dice a swissinfo.ch que no ha considerado la posibilidad de otorgar el estatus de accionista a los propietarios de tierras peruanas y afirma que sus contratos cumplen con la ley peruana..
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Mientras tanto, los planes para la mina más reciente, Coroccohuayco, siguen su curso. Glencore presentó una evaluación de impacto ambiental (EIA) al gobierno peruano y se cree que el proyecto será aprobado. La EIA se basa en una selección de estudios encargados por la multinacional suiza.

Al final, se espera que Coroccohuayco ocupe más de 10 000 hectáreas de tierra. La comunidad que se vería más afectada con esta expansión de Glencore solicitó que los planes previstos se presenten y debatan en público.

"El gobierno funciona de tal forma que el estudio de impacto ambiental de Coroccohuayco será aprobado antes de que exista una consulta previa en la región”, denuncia Leonidas Wiener, especialista legal de CooperAcción, una organización que ayuda a defender los derechos indígenas.

Miguel Kuzma, del Ministerio de Energía y Minería del Perú, explicó a los presidentes de la comunidad que si la consulta no se ha hecho es porque la concesión minera se otorgó antes de que Perú introdujera una legislación sobre consultas previas.

“Usted viene aquí como si fuera abogado de la empresa. ¿Dónde está el Estado de derecho?”, cuestiona Felipe Cana, presidente del pueblo aledaño de Pacopata, mientras habla sobre la presentación que hicieron Kuzma y otros funcionarios públicos.

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Una historia de violencia

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Las disputas sobre los derechos de las tierras en donde Glencore construye su nueva mina se han tornado violentas. En diciembre pasado, la minera acaparó los titulares de la prensa local cuando sus equipos de seguridad se enfrentaron a la población local que defendía un terreno cercano a la mina. El saldo fue de tres heridos, entre ellos Francisca Umasi.

“No hemos vendido nuestra tierra, pero la mina quieres sacarnos de aquí por la fuerza”, dijo en el pasado Umasi a un periódico peruano.
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Varias personas resultaron heridas cuando la comunidad indígena de Alto Huarca se enfrentó a la policía para reclamar sus tierras en abril de 2018. Alrededor de 40 policías habían intentado desplazar familias en un área que, según Glencore, es de su propiedad, informaron los medios locales y Multiwatch Switzerland. Los pobladores estaban molestos por la falta de consulta y compensación financiera.

En su primer Informe sobre los Derechos Humanos publicado este año, Glencore afirmó que ya inició una "revisión independiente de los eventos en Antapaccay" en 2018, que determinará si el equipo de seguridad de la empresa "se comportó de manera inconsistente con nuestro Código de Conducta, y Políticas y Capacitación en Seguridad y Derechos Humanos”, en cuyo caso “se tomarán las acciones pertinentes”.

Glencore habló con swissinfo.ch al respecto y dijo: “Una familia invadió la tierra de Antapaccay y arrojó piedras al personal y al equipo de seguridad de la mina. Antapaccay contactó a la Fiscalía en Espinar, que solicitó que la policía local atendiera la situación y ayudara a restablecer el orden".

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Para los habitantes locales, los incidentes de 2018 revivieron memorias de un enfrentamiento mortal que tuvo lugar seis años antes, cuando la mina pertenecía a Xtrata, la predecesora de Glencore.
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El grupo minero anglo-suizo Xstrata habría pagado 700 000 libras (850 000 francos suizos) a 1 300 oficiales de policía y les habría proporcionado armas, municiones, comida y alojamiento. Está acusada también de haber alentado a elementos policiales para maltratar a los manifestantes. Este caso es atendido actualmente por un tribunal londinense.
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¿Qué sigue?

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¿Qué sigue?

Comunidades inconformes de todo Perú pelean ante tribunales, cada vez con mayor fuerza, las concesiones que se hacen a petroleras y mineras. Actualmente, viven una racha ganadora, pero parece improbable que una denuncia pendiente detenga ahora los planes de expansión de Glencore.

En agosto pasado, Perú debió suspender un permiso de construcción para otro proyecto, la mina de cobre Tía María, con un valor 1 400 millones de dólares (1 390 millones de francos suizos), tras las violentas protestas de los residentes cercanos que están preocupados por la contaminación y la falta de acceso al agua.

Funcionarios de la Agencia de Protección Ambiental, el Ministerio de Salud y la Autoridad Nacional del Agua deben visitar el área que circunda el complejo minero de Tintaya-Antapaccay para analizar el posible impacto de los planes de expansión de Glencore en materia ambiental.

Las operaciones de Coroccohuayco están programadas para iniciar este año.

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Glencore – que en 2018 aportó a la economía peruana 560 millones de francos suizos en impuestos y 4 300 empleos –
afirma que consulta regularmente a las comunidades locales y trabaja en fortalecerlas.

Ghovana Larota, cuya propiedad familiar se ubica en los bordes de la mina de Antapaccay, difiere.

“La mina dice que trabaja mano a mano con las comunidades, pero no es así. Nos están engañando”, afirma.

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Credits

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Autora:  Paula Dupraz-Dobias

Fotos:   Sebastian Castañeda (fotos adicionales SDA-Keystone)

Gráficos:  Kai Reusser

Vídeo:   Sebastian Castañeda y Paula Dupraz-Dobias

Producción:  Dominique Soguel

Traducción: Andrea Ornelas

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