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Escape de la jaula de oro

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Escape de la jaula de oro

Suiza es hermosa, rica, segura y confortable, sin embargo, muchos suizos emigran. Algunos la encuentran aburrida o claustrofóbica. He aquí las historias de siete ciudadanos helvéticos que decidieron probar suerte en otra parte del mundo. Son personas que escaparon de 'la jaula de oro' o al menos renunciaron a ciertas comodidades en su país en pro de nuevas aventuras.

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Niklaus Mueller

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¡Como los yogures suizos!
¡Como los yogures suizos!
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La ‘jaula de oro’ es en realidad un lujo. Sus ‘barrotes’ son a la vez un trampolín y una red de seguridad para ayudar a quienes anhelan desplegar las alas, considera estudiante suizo en Shanghái, China.

Para Niklaus Mueller, China es el lugar en el que hay que estar y en donde vive por tercera vez en cinco años. Como muchos suizos de su generación, este hombre de 32 años está ansioso por explorar el mundo y sacarle jugo a esa experiencia. Lo menos típico es que decidió nadar a contracorriente.

“Muchos de mis amigos querían permanecer en Occidente, pero yo quería volver a Oriente. China me fascina y aunque ya había pasado más de dos años en ella, sentí que podía profundizar mi comprensión de ese país y del lugar que ocupa en la economía global”, comenta a swissinfo.ch.

Muy bien ataviado y equipado con sus propias notas para la entrevista, parece alguien que considera las cosas con cuidado y se prepara en consecuencia. Su primera probada de China se produjo durante una pasantía en el bufete jurídico CMS, en 2011. Luego regresó a Zúrich para presentar su examen de abogado en 2012, pero el país asiático se quedó en su mente.

“Ya entonces estaba convencido de que tenía que encontrar una manera de retornar a China”, recuerda Mueller. Nuevamente en Shanghái, el CMS le brindó la oportunidad de iniciar su carrera como asociado a tiempo completo, lo que hizo durante dos años.

Sin embargo, partiendo del principio de que uno no puede quedarse para siempre en el lugar que conoció como pasante, Mueller se mudó de nuevo a Suiza para laborar en el banco Credit Suisse, en Zúrich. Pero después de un año, China lo seguía llamando y en 2015 se inscribió en el programa de ‘Master of Business Administration’ MBA en la ‘China Europe International Business School’ (CEIBS).

“Estoy muy interesado en la iniciativa empresarial y la innovación, y dado el actual desarrollo en China, creo es el lugar donde hay que estar”, explica este joven oriundo de Berna.

Su entusiasmo incluye también la cultura china, la historia y la lengua, en concreto, el mandarín.

“Parece que cada carácter de la escritura tiene una historia tras de sí y es posible recordarlos tratando de entender su historia”, indica. Hasta ahora ha aprobado cuatro de los seis niveles del aprendizaje y se prepara para el quinto, el cual exige el conocimiento de 2 500 signos.
¡Como los yogures suizos!
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“Los chinos se sienten en su salsa con la incertidumbre y la ambigüedad, mientras que los suizos queremos precisar todos los detalles. No nos gusta mucho que haya demasiadas preguntas abiertas”

Red de seguridad de oro

Hablando de caracteres: Mueller es indudablemente ambicioso. Su carácter le ayudó a dejar atrás la ‘jaula de oro’ de Suiza.

“Puedo entender que la gente de alguna manera se sienta un poco limitada. Dicen que es difícil modificar las normas de comportamiento y ciertamente puede ser difícil”, anota. Sin embargo, considera también que los suizos deben estar agradecidos por la estabilidad política y económica del país.

“Esto nos ayuda. Tenemos el lujo de salir al extranjero y si no funciona, podemos volver a la confortable situación en Suiza. Estoy muy seguro de que encontraría un puesto de trabajo en un par de meses si volviera a casa” señala nuestro interlocutor y agrega: “Eso reduce buena parte de la presión cuando se vive en otro país”.

De hecho, podemos hablar de una “red de seguridad de oro”, algo de lo que no todo el mundo puede disfrutar. Mueller cita el ejemplo de una colega española que debió quedarse en China porque no logró hallar trabajo en España.

Optimismo y apertura mental

El gigante asiático disfruta de un período de creciente prosperidad y de mejores relaciones con otros países.

“Las compañías chinas están por toda Europa y el resto del mundo, y con el acuerdo de libre comercio firmado entre Suiza y China en 2014, creo que podría haber algunas oportunidades interesantes”, señala el abogado.

Destaca que mientras Suiza ocupa un alto rango en la innovación, es notable el espíritu empresarial de China.

“La innovación es una cosa difícil. En las noticias se lee que China es un imitador, pero si se observa lo que está pasando, se advierte que este país ha tomado una posición de liderazgo en ciertos sectores, como el comercio electrónico y las tecnologías financieras, Fintech. Las empresas chinas de este último tienen a menudo un nivel equivalente a las de Estados Unidos”. Para Mueller las firmas Alibaba Taobao, TencentWeChat y Didi kuaidi son respuestas de China a eBay, WhatsApp y Uber.

Al expatriado suizo le impresionan también las soluciones tecnológicas de las pequeñas empresas, como las aplicaciones para el pago de teléfono, disponibles en China desde hace años y de manera muy reciente en Suiza. En su opinión, esos avances pueden obedecer al optimismo y la apertura mental que caracterizan a China y que él mismo ha constatado.

“Los chinos se sienten en su salsa con la incertidumbre y la ambigüedad, mientras que los suizos queremos precisar todos los detalles. No nos gusta mucho que haya demasiadas preguntas abiertas”, dice Mueller. Recuerda haber observado ese contraste durante las negociaciones contractuales en el bufete de abogados donde trabajaba. “Se advertían claramente algunos choques culturales. A mí eso me ayudó a aflojar un poco”.

Las compensaciones

A la interrogante sobre lo que no le gusta de China, Mueller es cuidadoso con su respuesta. Establecido en un país donde muchas noticias son censuradas, no quiere correr el riesgo de ofender a sus anfitriones.

“Hay grandes masas: calles atestadas, el metro siempre lleno. Pero soporto todo eso porque no se puede cambiar”, comenta mostrando un rasgo de autocensura y diplomacia que seguramente le va a ayudar en los negocios.

Pero donde encuentra un margen de mejoramiento es en la política ambiental. Cada mañana, consulta una aplicación sobre la calidad del aire.

“Demasiado a menudo, la calidad es mala. A veces apenas se puede ver a más de 100 metros. Es peor en invierno que en verano. Hay días en los que no se pueden hacer actividades al aire libre, debido a la terrible calidad del aire, y otros en los que uno prefiere quedarse en casa”, lamenta Mueller, quien añora la naturaleza suiza.

Es una paradoja, comenta.

“Se ve la degradación de la naturaleza; este enorme crecimiento económico tiene un alto precio. Pero también hay señales positivas, como las grandes inversiones de China en las energías renovables y su reciente compromiso en la Conferencia sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas en París, en 2015”.

El bienestar de los animales es otro de los temas que le preocupan. Mientras aplaude el uso de cada parte comestible –por ejemplo las orejas de cerdo para ensaladas o las patas de pollo fritas – le inquieta la manera en que son tratados los animales en China.

“Sobre todo la forma en que los preparan y los mantienen. Definitivamente, hay cosas inaceptables”, sentencia y cita como ejemplo esos animales que permaneces en estrechas jaulas.

¿El futuro es... blanco brillante?

Como Shanghái es tan cosmopolita, Mueller no ha experimentado un choque cultural extremo, aunque le es difícil encontrar calzado a su medida (45).

Sin embargo, le sorprendió el interés generalizado de los chinos en tener una piel blanca, algo que descubrió en una tienda cuando buscaba una crema hidratante.

“Yo sabía que para las mujeres chinas es muy importante tener la piel muy blanca, por lo que tienen una gran cantidad de cremas de ese tipo. Pero hay una increíble variedad de productos también para hombre. Al parecer es algo importante para ellos”, sonríe este rubio de ojos azules.  

Cremas especiales o no, el futuro se ve brillante tanto para el abogado suizo como para el pueblo de China.

“Son optimistas. Saben que este es su tiempo y que tienen un brillante futuro económico”, dice Mueller entusiasta. “Es increíble estar aquí y experimentar esto de primera mano”.

¿Y cómo se adapta un suizo a una situación semejante?

“Si se quiere vivir en China hay que estar dispuesto a sumergirse realmente en la cultura. Por eso es importante tratar de entender la civilización y la historia y de aprender el idioma”.

Pero admite que Shanghái es una ciudad muy internacional y que contrasta con algunos de los lugares que ha visitado en la campiña china.

“Shanghái es un poco como una burbuja. No es típica de China. Es bastante cosmopolita y un crisol de culturas”.

Mueller deberá concluir su programa de MBA en 2017. No sabe lo que hará después. Es una persona curiosa, móvil, y posee un conjunto de habilidades que podrían llevarlo a cualquier lugar.
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Hermanas Blaettler

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Un momento de descanso en la playa antes de hacer las tareas escolares.
Un momento de descanso en la playa antes de hacer las tareas escolares.
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Las hermanas Daniela y Marina Blaettler salieron de Suiza, demasiado estrecha para ellas, en dirección de los amplios espacios africanos. Encontraron lo que buscaban gracias a los pescadores de Kenia y a las mujeres masáis de Tanzania.

“Ya no podía vivir en Suiza. Me sentía enormemente controlada”, declara Daniela Blaettler. Nacida en Lugano, esta mujer de 52 años vive en la isla de Lamu, en el norte de Kenia.

Su padre era de Airolo, en el norte del cantón del Tesino, y su madre de Pontresina, en el cantón de los Grisones. A los 19 años, dejó la casa y una familia amorosa por la soleada Saint-Tropez. A pesar de que provenía de una familia muy unida con tres hermanas y un hermano, el deseo de escapar de su país natal era demasiado fuerte.

“Suiza es muy bonita, pero yo necesitaba algo más que belleza. Buscaba retos ya que la vida era demasiado fácil para una joven en Suiza”.

Incluso el glamour de Saint-Tropez no podía satisfacer a Daniela. Después de siete años en la Costa Azul, donde trabajó en el taller de un amigo y en la venta de casas, comenzó a sentir la necesidad de desplazarse. Una visita a su peluquero desembocó en un cambio en su vida. Al hojear la revista ‘Paris Match’, atrajo su mirada una fotografía de personas a lomo de elefantes africanos.

“Siempre soñé con tener un elefante en mi jardín en lugar de un perro”, comenta a swissinfo.ch. “Cuando vi esa imagen, se reavivó mi sueño. Estaba cansada de Saint-Tropez y lista para el cambio”.

Investigó y descubrió que la foto había sido tomada en un centro de rehabilitación para elefantes en Botsuana. Inmediatamente escribió una carta al propietario. Un año más tarde, recibió una respuesta con la invitación para trabajar ahí. Inició así una nueva aventura en su existencia itinerante.

“Hacíamos películas, publicidad y safaris para ver los elefantes. El objetivo del proyecto era salvar a los elefantes con problemas en los zoológicos de todo el mundo y regresarlos al estado salvaje en África”, explica.

Una fraternidad, varios destinos

Varios años más tarde, la hermana de Daniela, Marina Oliver Blaettler, compartió el sueño de escapar de Suiza. Sin embargo, a diferencia de su hermana, sus sueños no eran los de una adolescente en busca de nuevos horizontes. Con 34 años entonces, trabajaba para una empresa de 'software' y llevaba una vida confortable.

“Me desperté una mañana y decidí que no era algo que quería hacer para el resto de mi vida”, dice esta mujer de 56 años actualmente. “Me sentía encadenada y Suiza era demasiado pequeña para mí”.

Marina quería recorrer mundo. Su plan era detenerse primero en África, para visitar a su hermana, y luego continuar.

“Éramos muy similares, mi hermana y yo. Teníamos los mismos sentimientos”, dice Daniela.

Al principio, la decisión de las hermanas de salir de Europa para irse a África fue un ‘shock’ para la familia. Pero recibieron mucho apoyo. “Mis padres nunca me dieron dinero, pero me dijeron que siempre tendría su amor y una habitación en la casa si alguna vez regresaba. Eso me dio fuerza para partir”, señala Daniela.

“Mi madre probablemente habría hecho lo mismo si hubiera sido de nuestra generación”, dice Marina. “Mi padre era muy suizo, pero comprendió nuestra necesidad de explorar el mundo”.

Los otros hermanos no eran tan aventureros. Su único hermano fue a España, pero su hermana mayor permaneció en Lugano, donde es muy feliz.

“Vive a 200 metros de la casa de mi madre, dice Daniela. Tiene su marido, tres hijos y un perro. No todo el mundo tiene que salir de casa”.
Un momento de descanso en la playa antes de hacer las tareas escolares.
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En el mercado con Shueb, su mano derecha.
En el mercado con Shueb, su mano derecha.
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Cuando Marina voló a Botsuana para visitar a su hermana, quedó conquistada. “Desde que pisé el suelo africano, el perfume de la tierra o algo más me dijo que me quedaría aquí por mucho tiempo”, recuerda.

Mientras que Daniela estaba muy ocupada con su trabajo con los elefantes, Marina recibió la oferta de laborar en el campo. Era una oportunidad que se sentía incapaz de rechazar.

“Volví a Suiza para vender mi casa, mi coche y todo lo demás, y luego regresé a Botsuana”.

El trabajo ocupaba a las dos hermanas, pero su residencia conjunta en Botsuana no podía durar para siempre. Durante un viaje de reconocimiento a El Cairo para preparar el transporte de dos elefantes por carretera, Marina quedó consternada por la abyecta pobreza que observó en el camino.

“Al ver a tanta gente al borde de la carretera sintió que no era justificable recaudar tanto dinero para los elefantes, mientras que había otras prioridades para el continente”.

Daniela también experimentó un momento de desilusión unos años más tarde, un elefante que ella amaba fue encadenado. “Les dije que no volvería hasta que mi elefante fuera devuelto a la naturaleza. Dos años más tarde, regresé para verlo libre. Lo seguí durante tres meses para asegurarme de que estaba bien, y luego volví a Kenia, donde empecé una nueva vida”.

Empezar de nuevo

Daniela se enamoró de un biólogo marino británico que conoció en Nairobi. Pero esa historia no fue posible. “Era un hombre maravilloso. Todavía tengo roto el corazón”.

Para recuperarse de ese golpe emocional, aceptó la misión de fotografiar a los pescadores de la isla de Lamu, en Kenia. Quedó encantada con el lugar y con la comunidad.

“Lamu es el lugar más hermoso de la Tierra. No hay automóviles, no hay discotecas, no hay casinos. Es todavía virgen. Aquí estoy todo el tiempo enamorada”.

Pero para los pescadores locales, la vida no es color de rosa. La competencia con los grandes buques de pesca y la peligrosidad de las aguas durante la época de lluvias dificultan ganarse la vida. Uno de esos pescadores, Ali Lamu, se acercó a Daniela por un trabajo. Ella se preguntó cómo podía ayudarle y tuvo una idea.

“Yo estaba intrigada por el material utilizado para las velas de los navíos”, narra. “Dibujé un corazón grande en una de ellas y añadí la frase ‘Love Again Whatever Forever’, que enmarqué”.

Pidió luego a un amigo presentar esa creación en su tienda y se vendió en tan solamente una hora a 180 euros (193 francos). Con la ayuda de los pescadores, Daniela ha realizado otras creaciones. Y pronto, el éxito fue suficiente para poner en marcha un comercio de arte y de bolsas a partir de velas de barcos de pesca recicladas.

Daniela puso a la marca el nombre del pescador, Alilamu. Hoy, esta empresa emplea a 30 personas a tiempo completo, incluido Ali Lamu, que es el director.

“Ali Lamu es mi pilar, mi amigo, mi hermano y mi mayor apoyo”, señala Daniela.

La vida de este último también ha cambiado desde que se acercó a la joven del Tesino. “Construí una casita para mi familia y puedo enviar a mis hijos a la escuela. Cuando era pescador, alquilaba una habitación y debía luchar para pagar el alquiler”, narra a swissinfo.ch.
En el mercado con Shueb, su mano derecha.
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Discusión sobre la concepción de bolsas en el nuevo taller de pieles en Mkuru.
Discusión sobre la concepción de bolsas en el nuevo taller de pieles en Mkuru.
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Al igual que su hermana, Marina salió airosa después de dejar el campamento para los elefantes en Botsuana. Llegó a Tanzania durante un viaje de vacaciones y ya no quiso salir de ahí.

“Lo que me gusta de este país es su diversidad, con sus montañas, sus sabanas, sus bosques. Botsuana es hermoso, pero completamente llano”.

Se enamoró y se casó con Paul Oliver, un veterano de África, y se ocupó exitosamente de su campamento de safari cerca de Arusha, en el norte del país. Sin embargo, no estaba totalmente convencida de su trabajo y una nueva oportunidad se presentó con la interesante propuesta de un amigo que dirigía una ONG en Milán.

“Me preguntó si quería trabajar para un proyecto destinado a proporcionar ingresos a las mujeres masáis con la comercialización de collares de perlas. Acepté el trabajo, a condición de que más tarde se hiciera autosuficiente”.

Dos años más tarde, el proyecto se convirtió en una empresa independiente llamada Mujeres Masáis en el Arte de Tanzania, con 200 trabajadoras. Un 10% de los ingresos del grupo es destinado al desarrollo, como la reparación de viviendas”, explica Marina.

“Alrededor del 99% de las mujeres son analfabetas y viven en la pobreza”, continúa. “No puedo cambiar radicalmente sus vidas, pero al menos el dinero de sus artesanías mejora la confianza en ellas mismas y su autoestima”.

Tienen una vida difícil. Las mujeres masáis tienen que recoger agua y leña para cocinar para la familia y también cuidar del ganado. Su opinión generalmente no es tomada en cuenta en las decisiones de la comunidad y con frecuencia sufren violencia física.

A Marina le tomó un año ganar su confianza. Espera que un día las masáis logren administrar ellas mismas su comercio y ella pueda levar anclas para dedicarse a su nuevo proyecto, un centro de terapia ecuestre para niños discapacitados.

“Marina es una persona de carácter. Le encanta lo que hace y eso es muy alentador. Las mujeres son muy felices cuando reciben nuevos pedidos”, anota Margaret Gabriel, masái responsable de las ventas hasta abril de 2016.

¿Suiza? Demasiadas reglas

Suiza está muy alejada del espíritu de las hermanas, a pesar de que visitan la madre patria una vez por año.

“Cuando estoy en Suiza, me siento como en un lugar de vacaciones. Todo está tan limpio y organizado”, exclama Daniela.

Durante sus vacaciones disfruta la comida suiza, sus paseos en la montaña y las compras.

“Me siento más suajili que suiza”, dice Daniela. Aprecio cuando la gente llega a tiempo, pero si no, no es grave”.

Daniela está integrada a la comunidad de Lamu y adoptó cuatro niños de entre 3 y 18 años. Recibió el nombre local de Khalila.

“Lamu es un lugar hermoso y apacible, muy bueno para la salud, el corazón y el alma”, estima. Me levanto, camino a la playa para contemplar el amanecer y regreso para ver por la tarde el ocaso. Pero, al mismo tiempo, también puedo tomar un tren y viajar a un lugar lleno de gente si quiero hacer negocios”.

Aunque le falta el chocolate suizo, Daniela dice que ya no podría vivir en Suiza, porque en su país de origen se siente demasiado controlada.

“Hay tantos señalamientos que indican qué hacer o no hacer”, deplora. En Lamu somos libres a pesar de todos los peligros que nos rodean”.

La amenaza de los militantes de Al Shabab es constante. El grupo ha perpetrado varios ataques en una región cercana a Lamu. Somalia no está muy lejos.

“No hay ataques del Al Shabab en las islas, pero se observan fuerzas de seguridad en las carreteras, las plazas y los hoteles más importantes, desde que surgió la amenaza, hace algunos meses”, indica su socio y amigo Ali Lamu.

A este último también le preocupan las responsabilidades de Daniela como el cuidado de cuatro niños. “Tiene un gran corazón, pero a veces está sola y necesita a alguien que le ayude, como cuando su hija adoptiva estaba enferma”.

Vida en espacios abiertos

La de su hermana Marina también está muy lejos de ser una existencia típica suiza. Vive en una tienda de campaña de estilo mongol, en la granja de un amigo con un caballo, dos perros y un burro.

“Suiza vuelve claustrofóbico. Me gustan los espacios abiertos de aquí: las montañas, los bosques y la sabana”, afirma.

Las jornadas de Marina raramente siguen un horario establecido. En su trabajo - y en la vida en general en Tanzania - regularmente hay sorpresas. Pero a ella le gusta efectuar algunas actividades cuando las cosas no son tan caóticas.

“Empiezo mi día con un paseo a caballo y luego voy a la tienda y a la oficina en Arusha. Regreso por la noche y doy un largo paseo con mi perro, veo la puesta de sol y a veces tomo algo o como con mis amigos”.

A diferencia de Botsuana, aquí no hay animales salvajes peligrosos como leones o leopardos, sino solamente depredadores más pequeños, como hienas y chacales. Por lo tanto, Marina puede vagar libremente. Los fines de semana se monta en su bicicleta y acude a las aldeas para hablar con la gente sobre oportunidades de negocios.

Sin embargo, África no es solamente una tarjeta postal. “Mucha gente me envidia por lo que he visto en África, pero puede ser difícil. Las cosas se descomponen y hay mucha burocracia y corrupción”.

También está separada de su marido y a menudo está sola, con excepción de algunos amigos. Sin embargo, no cree que podría regresar a Suiza.

“Suiza es una pequeña isla y se nota en la forma de pensar de la gente”.

A pesar de todo, le faltan la nieve y el esquí, así como el sentido de organización suiza.

“Es muy difícil hacer productos para el primer mundo en condiciones de tercer mundo. La lentitud de los tanzanos a veces puede ser frustrante”, confiesa.

¿Un futuro frágil?

Su excolega Margaret Gabriel se preocupa por ella. Considera que Marina trabaja mucho y muy duro. También le inquieta el futuro de la empresa en la que la suiza ha invertido tanto.

“Tiene que pensar en la futura generación ya que algunas mujeres se hacen mayores y ya no ven lo suficiente para enhebrar las cuentas”, precisa Margaret. “Debe emprender proyectos con las jóvenes para asegurar el futuro de la empresa”.

A pesar de la gran carga de trabajo y de la responsabilidad de 200 mujeres masáis, Marina no se arrepiente. “Vivo mis sueño. Tengo todo lo que necesito y no tengo mucho dinero. Estoy verdaderamente en paz, lo que era mi objetivo en la vida”.

Su hermana Daniela tiene un consejo para sus compatriotas suizos que sueñan con salir un día de su país.

“Mis amigos me consideran valiente, pero no lo entiendo. Es más valiente permanecer en Suiza por el resto de la vida. Sigan los dictados de su corazón, no tengan miedo ni se preocupen por el dinero. Todo es posible con el corazón abierto”.
Discusión sobre la concepción de bolsas en el nuevo taller de pieles en Mkuru.
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Silvia Brugger

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Cada lunes por la mañana, reunión del equipo de ventas para planificar la semana.
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Silvia Brugger se convirtió en la primera mujer que compitió en la Iditarod, una competencia de trineos jalados por perros. ¿Cómo fue que esta ciudadana suiza terminó en Alaska?

Estimado Philipp: He aquí un resumen de la historia de mi vida. Es la primera vez que hago algo así y no sé realmente por dónde empezar.

Silvia Brugger inicia así el amplio texto en el que narra de manera epistolar su emigración a Alaska. Nos encontramos, como se hace actualmente, en línea. En este caso, en Facebook.

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Tuve la suerte de que respondiera al llamado que había hecho a través de esa red social. Uno de sus antiguos compañeros de la Escuela de Comercio de Lucerna le mostró mi ‘post’. Luego produjo de forma natural lo que ahora se conoce como ‘user generated content’ (contenido generado por el usuario). En otras palabras, contó su propia historia. Yo solamente me permití solicitarle algunas precisiones, insertando mis preguntas y sus respuestas en su texto.

Nací en 1974 en Cham, Zug donde pasé mi infancia.

Somos cuatro hermanos y hermanas. Max es mi gemelo y las otras tienen cuatro y ocho años más que yo (mis hermanas también son gemelas).

Desde muy pequeña, y luego como adolescente, viajé mucho por Europa. Mis abuelos vivían en el norte de Alemania y nuestra familia poseía caballos islandeses con la que mis hermanas y yo participamos casi cada año en torneos en el extranjero.

Después de la secundaria, entré en la Escuela de Comercio de Lucerna con la idea de trabajar para Swissair. Pero, mientras tanto, decidí partir a la aventura. Acudí a una escuela de idiomas en Perth y atravesé luego Australia con una amiga. Teníamos 18 años.

Sin embargo, también tenía que pensar en mi carrera. Finalmente efectué mi aprendizaje comercial en el Carlton Elite Hotel de Zúrich y luego fui contratada por temporadas en el Badrutt’s Palace Hotel de St. Moritz.

¿Qué lecciones le dejó su pasaje por el Palace Hotel?

Déjeme pensar. Todo es un poco confuso, quizá porque salía casi todas las noches y bebía demasiada cerveza.

Diría que aprendí en Suiza cosas que no siempre se encuentran en Estados Unidos: la disciplina y la responsabilidad individual. Ambas son necesarias para triunfar en la vida profesional.

Por ejemplo, aquí en EE UU, ese negocio de las quejas me vuelve loca. Alguien pide un café en McDonald, se quema la lengua, presenta una demanda y recibe un millón de dólares en compensación ????? No comprendo. Ahora esas historias son corrientes. Ya no hay sentido común.

Durante un viaje a Canadá en 1997, conocí a la familia Willis, de Anchorage, que no solamente tenía caballos islandeses, sino también perros de trineo. Bernie y Jeanette Willis me invitaron espontáneamente a pasar unas semanas en Alaska. Era la primera vez que iba.

Después de una última temporada en el Palace Hotel, emigré a Alaska en 1999, me casé con Andy el mismo año (el hijo mayor de Bernie y Jeanette).

En 2001, Andy y yo establecimos nuestro propio ‘lodge’ (alojamiento destinado al turismo). Compramos el terreno y el inmueble en una subasta y lo vaciamos, limpiamos, reparamos y renovamos durante un año.

Mi propio ‘lodge’ de pesca y de caza: era un sueño de la infancia y nunca pensé que lo realizaría. Mi vida estaba llena de aventuras: un ‘lodge’ para nosotros, pescar durante el verano, cazar en primavera y otoño y en invierno, entrenar a los perros de trineo.

Andy y su familia están muy comprometidos con la Iditarod, carrera de trineos famosa en el mundo entero. Al cabo del tiempo, todos los hombres de la familia participaron. En 2007 y 2008 tuvimos un equipo de perros más bien bueno y me tocó entonces conducirlos a lo largo de las 1000 millas de esa ruta. Yo fui la primera suiza en participar en la Iditarod.
Cada lunes por la mañana, reunión del equipo de ventas para planificar la semana.
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Yo abatí a este oso negro hace unos 10 años. Estos tres golden retrievers son mis mejores amigos.
Yo abatí a este oso negro hace unos 10 años. Estos tres golden retrievers son mis mejores amigos.
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¿Los perros de trineo? ¡Gua! No, realmente no sé por dónde empezar. Es como con los caballos, primero fue una afición. Los Willis tenían perros de trineo desde hacía mucho tiempo y al principio fue para mí una forma de olvidarme de los caballos.

Siempre me gustó ocuparme de animales. En el apartamento en el que crecí solamente podíamos tener gatos. Tuvimos nuestro primer perro (golden retriever) cuando nos mudamos a una casa. Tenía yo cerca de 16 años.

Está claro que no se puede comparar a los perros esquimales con los perros de compañía. Los primeros son “perros de trabajo”. Son criados durante generaciones para jalar trineos y trabajar.

Pero es simplemente magnífico salir con los perros = 30 o 40 millas.

Soy una persona a la que le gusta moverse y me gustan los retos. Por eso no quería solamente divertirme con los perros y rápidamente participé en carreras pequeñas (200 a 300 millas). Para ello formé un equipo de unos veinte perros con los que más tarde hice la Iditarod. Los preparativos duraron siete años en total. Yo misma crié a todos los perros y mi marido y yo los entrenamos.

¡Se experimenta todo tipo de cosas diferentes cuando se sale con los perros! Es una verdadera aventura que a veces puede también ser peligrosa. Hay muchas cosas que pueden salir mal. Uno se pierde fácilmente en esas regiones salvajes. También ocurre que los alces se pongan agresivos y ataquen a los perros, los hieran o incluso los maten. Y, obviamente, hace frío: no es raro que las temperaturas desciendan hasta -30 o -40 grados centígrados. De noviembre a enero, los días son muy cortos (de las 10:00 a las 15:00 horas) y hay que entrenarse de las ocho de la mañana a las seis de la tarde. Es duro.

¡Pero ese exigente trabajo vale la pena! Cuando el invierno está más avanzado (febrero y marzo), los días se hacen más largos. En años normales, las condiciones de la nieve son ideales y las temperaturas son agradables (-10 o -20 grados). Cuando es así, no puedo imaginarme nada más bello que salir a una “carrera” con una docena de perros en plena forma. ¡Es el silencio absoluto, no se escucha nada más que la respiración de los perros! Se me pone la piel de gallina. Cuando se está fuera de noche, a menudo se pueden observar las auroras boreales.

Además, participar en una carrera es también, por supuesto, un reto personal, ¡sobre todo cuando es legendaria como la Iditarod! Mil millas es un tremendo recorrido. Dependiendo del tiempo y de las condiciones, el ganador emplea unos nueve días. Terminar la carrera es la verdadera recompensa de la misión cumplida.

Me tomó 10 días terminar las 1000 millas. Puede ver los detalles en internet en www.iditarod.com (encontrará mi nombre, Silvia Willis en los archivos correspondientes a los años 2007 y 2008).

El 2007 fue mi ‘rookie year’ (año de novato). Cada día es una nueva aventura y como novato, uno nunca sabe lo que le espera. El tiempo no era tan malo. Pero fue uno de los años más fríos. Muchos de los participantes (hombres y perros) tuvieron problemas de sabañones. A la llegada, tenía toda la cara hinchada. También tuve una infección grave en la mano izquierda que requirió una incisión de urgencia en un puesto de control. El que me trató no era médico, sino un voluntario que ponía a disposición su tiempo libre y tenía un pequeño botiquín de primeros auxilios.

Pero al final, esa vida terminó siendo demasiado estresante para nuestra pareja y Andy y yo nos separamos. Salí del “mundo salvaje” para instalarme en la ciudad y ahora llevo una vida “civilizada”.

Me encantaron las carreras de trineos y las extraño. Pero la vida con los perros era también muy exigente. No podíamos salir de vacaciones porque teníamos que alimentarlos todos los días. Y en verano, cuando hacíamos una pausa en el entrenamiento (hacía demasiado calor), era temporada alta para nuestra ‘lodge’.

Ahora trabajo como responsable de ventas de cerveza en la K&L Distributors y tengo seis empleados.

¿Qué hace exactamente?

J&L Distributors Inc. es una empresa de distribución de bebidas alcohólicas en Alaska. Yo soy responsable de la venta de cerveza a unas ochenta tiendas en Anchorage, Wasilla y Palmer.

Aquí están informaciones adicionales que podrían darle una idea de mi historia.

¿Qué aspectos extraña de Suiza?

Muchas cosas. En comparación con Alaska, los transportes públicos suizos son inmejorables. Alaska es tan grande que sería imposible financiarlos. Extraño también las muchas rutas de senderismo que hay en Suiza. Hay muchas montañas y naturaleza en Alaska, pero todo está tan aislado y puede ser tan peligroso (animales salvajes). Como suiza, me encantan los chocolates. Me lleno los bolsillos cuando estoy en Suiza antes de tomar el avión para volver a casa en Alaska.

A menudo comparo Alaska y Suiza y me pregunto en dónde prefiero pasar el resto de mi vida. ¿Es que tengo que regresar a Suiza para estar más cerca de mi familia? ¿Dónde tendré las mejores condiciones económicas y el mejor sistema de salud? Además de esas, me planteo otras interrogantes. Es difícil encontrar la “buena” respuesta. Los dos países (Estados Unidos y Suiza) tienen sus lados positivos y sus lados negativos. No es fácil encontrar el justo medio.

En EE UU es más fácil realizar mis sueños y ser libre. Cuando escribo ‘EE UU’, me refiero a Alaska. Yo no podría imaginar vivir en grandes ciudades como Nueva York, Los Ángeles o Chicago. Alaska es comparable a Suiza. Me gustan especialmente las montañas.

Me parece que Suiza está muy regulada. El Estado prescribe demasiadas cosas. Suiza es relativamente pequeña y está muy poblada. Me da claustrofobia cuando vuelvo.

¿Cómo mantiene contacto con sus amigos y familiares en Suiza?

Prácticamente solo por Facebook. ¡Y me gusta mucho! Es bueno saber lo que sucedió con mis antiguos compañeros de clase. Sin Facebook, no tendría ni la menor idea. Y ‘hangouts’ (plataforma de mensajería) me permite estar en contacto regular con mi padre y mis hermanos y hermanas. Cada dos meses nos encontraremos en línea el domingo por la mañana.

Yo vivo en los EE UU desde hace 17 años, e incluso si EE UU no es perfecto, es más fácil para mí lograr aquí mis sueños. No sé cómo expresarlo mejor, no encuentro las palabras. En Suiza ya estaba todo planificado: la escuela, el aprendizaje, la búsqueda de trabajo, y luego, trabajar toda la vida y ahorrar para la jubilación.

La situación económica y política en Europa me preocupa más que la de EE UU.  Pero el mundo entero está cambiando. Todos resultamos afectados, dondequiera que vivamos. En Alaska dependemos de los recursos naturales y luchamos ahora contra un enorme déficit presupuestario de miles de millones de dólares. El futuro es incierto y todo el mundo está preocupado. Pero la situación en Europa también me preocupa. Creo que por eso es bueno que Suiza no sea miembro de la UE (Unión Europea). Eso la protege un poco de las influencias económicas negativas. Pero Suiza está en Europa, está rodeada por Estados de la UE y sufre su influencia.

Yo no salí de Suiza porque no me gustara. Tuve la oportunidad de ampliar mi horizonte y la tomé. Estoy orgullosa de mis orígenes, amo a mi país y me gusta ir a Suiza, pero al final de cada visita me alegro de volver a “mi hogar” en Alaska.
Yo abatí a este oso negro hace unos 10 años. Estos tres golden retrievers son mis mejores amigos.
Yo abatí a este oso negro hace unos 10 años. Estos tres golden retrievers son mis mejores amigos.
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Los Hostettler

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Christine en la elaboración de quesos con materias primas de cuño propio.
Christine en la elaboración de quesos con materias primas de cuño propio.
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Christine y Hans Hostettler emigraron a la naturaleza en su estado puro. Fue como viajar al pasado. En su destino no había caminos, ni luz, ni agua corriente. Aquello era pura selva. Selva paraguaya en la que se abrieron espacio, echaron raíces y se forjaron como los ambientalistas sin concesiones que son ahora.

“¿Si queremos volver a Suiza? ¡No!”, afirma Christine sin vacilar. “Acá tuvimos una libertad y una posibilidad de crear que en Suiza no hubiéramos podido ni siquiera imaginar”. Una oportunidad que no despreciaron:

Fundaron una entidad de protección de la naturaleza, un programa de ecoturismo y una granja biológica a la que denominaron ‘Nueva Gambach’ -en alusión a su poblado natal-, a donde nos reciben y en donde comparten con nosotros el pan, la sal, y el recuerdo de 36 años como ciudadanos de la ‘Quinta Suiza’.

Nos hablan de su añoranza, tanto de familiares y amigos, como de la cultura helvética, su organización y formalidad. “Pero aquí está nuestro hogar”, ratifican. Un hogar que Hans construyó con sus propias manos en Alto Verá, Itapúa, y que hoy colinda con la Reserva para Parque Nacional San Rafael.

Un peligroso compromiso

Una cercanía significativa. La historia de los Hostettler va de la mano con la defensa del último reducto en Paraguay del Bosque Atlántico, uno de los ecosistemas más ricos del planeta, pero también uno de los más amenazados.

Y si hablamos de riesgos, Christine recuerda aquel domingo del 2008…

“Había futbol. Yo estaba sola en la casa y escuché ruidos en el exterior. Salí y me encontré de frente con alguien que llevaba un pasamontañas y me apuntaba con un revólver 38”. La buena estrella de Christine o la mala puntería del atacante hicieron que la bala pasara de largo. También Hans resultó ileso cuando dispararon contra su aeroplano mientras sobrevolaba los bosques para detectar eventuales desmontes, incendios o siembras ilícitas.

“Pensaban que matándonos a nosotros se acababa la lucha. Ahora saben que ya somos muchos”, asienta triunfante nuestra anfitriona.

Todo empezó en Berna

Pero volvamos al punto de partida, a finales de los años 70, en el Oberland Bernés. La vida de la familia Hostettler transcurre apaciblemente en Gambach, comuna de Rüschegg. Demasiado apaciblemente. “Podemos probar”, se dijeron los esposos al conocer la oferta de adquirir parcelas del otro lado del Atlántico.

Con apoyo de la familia compraron 250 hectáreas en ese Nuevo Mundo, que para ellos era un mundo nuevo pero que se les antojó más bien arcaico. “Como si estuviéramos 50 años atrás”, bromea Christine al evocar el paraíso inhóspito al que arribaron y en el que no hallaron el menor asomo de infraestructura. En Suiza quedaban el frío y la monotonía, pero también el confort y la seguridad.

Christine llegó con Brigitte, la hija mayor de la pareja, en los brazos, en febrero de 1979.  Hans, había emigrado seis meses antes para preparar el terreno, dicho esto no como mera expresión: el otrora marinero despejó el área de árboles y hierbajos y construyó una vivienda de madera para su familia.

Poseedor de una destreza admirable, con el correr de los años Hans imprimió solidez a la morada y la dotó de electricidad mediante la instalación de una represa que permitió la formación de un lago convertido luego en biotopo. Merced a su habilidad la segadora de la granja mantiene vigencia y fue posible armar el avión ultraligero que recibieron en piezas, por paquetería.
Christine en la elaboración de quesos con materias primas de cuño propio.
Christine en la elaboración de quesos con materias primas de cuño propio.
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A bordo de ‘Lucy’, Hans controla los amplios espacios de la reserva ecológica.
A bordo de ‘Lucy’, Hans controla los amplios espacios de la reserva ecológica.
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Pero la llegada de ‘Lucy’, la minúscula aeronave, se produjo años más tarde, en 2005, cuando la familia ya había superado el desaliento de los primeros meses en los que los mosquitos, la humedad y los problemas de salud de Brigitte les hicieron sentirse insolventes ante la onerosa factura que les imponía su exilio.

Ya también para entonces la granja daba sus frutos o, más bien sus lácteos. Christine había aprendido a hacer quesos (en Paraguay, no en Suiza), Brigitte tenía dos hermanitos: Teresa y Pedro. Los cultivos de soya biológica se habían consolidado y los Hostettler se entregaban de lleno a la defensa del ambiente.

De hecho, el aeroplano, facilitado por el Fondo Mundial para la Naturaleza, forma parte de los apoyos exteriores que ha logrado la Asociación Pro Cordillera San Rafael (Pro Cosara). Nacida en 1997 con el impulso de la pareja, la organización vela por la “zona de reserva”, decretada en 1922, e intenta adquirir las tierras a sus propietarios privados, a los que el Gobierno no indemnizó.

El impago impide que la reserva se convierta en “parque ecológico” y sobre esa área, de 73 000 hectáreas, penden como espada de Damocles los cultivos extensivos, principalmente de soya, pero también de especies ilícitas y la tala.

Una nueva trinchera

Christine y su gente han trabajado sin desmayo para reforzar ese organismo que cuenta hoy con una importante red internacional de apoyos y contactos, e implementa programas de investigación para el inventario de la reserva y de capacitación y educación ambiental para crear consciencia y desarrollar actividades sustentables.

Ya encauzada Pro Cosara, Christine dejó la dirección en febrero pasado, aunque sigue en su consejo, y abrió un nuevo frente en la lucha por la preservación de la naturaleza: un proyecto de ecoturismo. Recién estuvieron en su casa estudiantes estadounidenses que en pocos días observaron 70 especies diferentes de aves.

Realmente, un paraíso. Pero los parajes de su Gambach original también son idílicos. ¿La de emigrar fue una buena decisión? “La mejor”, responde Christine sin titubeos. Además de la libertad de creación, la pareja celebra la oportunidad de que sus hijos crecieran en contacto y en el respeto de la naturaleza.

Suiza, siempre presente

El hogar, la familia, la granja, los cultivos, el compromiso medioambiental, una vida intensa en la que el país que los vio nacer nunca dejó de estar presente.

En Suiza viven ahora sus dos hijas y ellos vuelven de manera regular. En Paraguay participan en las actividades de sus compatriotas expatriados y Christine colaboró durante cinco años, en forma voluntaria, para que los jubilados helvéticos de la zona pudieran seguir cobrando sus pensiones.

A casi 40 años de expatriarse ¿cómo ven ahora su país de origen? “Ha habido un cambio muy brusco. Ya no es la Suiza de nuestros recuerdos. Nuestros padres trabajaron durante muchos años con extranjeros que tenían sus derechos y no buscaban imponer su cultura. Hoy me parece que la situación es distinta y temo por la pérdida de la identidad suiza”, comenta Christine.

¿Y qué recomendarían a aquellos que piensan expatriarse? “Que antes de tomar una decisión definitiva viajen al país elegido y vivan en él al menos tres meses. Hay personas que mandan el contenedor por delante, se gastan los ahorros y descubren luego que no era lo que imaginaban”.

Ellos, a pesar de su entusiasmo juvenil, cuando salieron de Suiza no se llevaron todo. Sus muebles, por ejemplo, permanecieron mucho tiempo en Rüschegg y los últimos llegaron apenas hace unos años. Es decir, emigraron, pero no quemaron las naves.
A bordo de ‘Lucy’, Hans controla los amplios espacios de la reserva ecológica.
A bordo de ‘Lucy’, Hans controla los amplios espacios de la reserva ecológica.
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Bruno Manser

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Bruno Manser con el jefe penan Along Sega.
Bruno Manser con el jefe penan Along Sega.
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“¡Bruno Manser, ardiente defensor de la selva tropical, ha desaparecido!” La noticia ocupó los principales titulares de la prensa en el 2000. De 46 años, este activista ambiental, investigador y defensor de los derechos humanos, vivía en la selva de Borneo con sus amigos, los indígenas penan. Él mismo se había convertido en miembro de esa comunidad en riesgo de extinción. Su compromiso y su honestidad fueron elogiados en todo el mundo. Bruno Manser era considerado como uno de los defensores ambientales de mayor credibilidad del siglo XX. Un ciudadano del mundo que vivía lo que decía y que miraba hacia donde otros preferían volver la cabeza.

“El considerable interés del gobierno malasio y de aquellos que explotan la selva de Malasia para reducir al silencio a Bruno Manser quedó establecido”, escribió a final de 2003, el Tribunal Civil de Basilea en el informe sobre su desaparición. Bruno Manser se crio en Basilea y amaba la vida. Pero no a costa de la ignorancia, la destrucción y la explotación. No al precio de la sociedad industrial en la que creció, porque con frecuencia esa sociedad vive de prestado explotando a los pueblos autóctonos y a la naturaleza. Oponía su ascetismo a la sociedad de la sobreabundancia: su vida era un camino radical de vuelta a la simplicidad. Es por eso que se oponía a la forma de vida moderna, por doquiera que fuera posible, con inteligencia, creatividad, humor y obstinación.

Bruno Manser renunció a los estudios y prefirió la vida de pastor y quesero. Pasó 11 años en las montañas. “Quería adquirir conocimientos acerca de todo lo que utilizábamos en la vida cotidiana”. Buscaba un pueblo de cazadores-recolectores que viviera de manera rudimentaria y con el que pudiera aplicar lo aprendido. En la Europa mecanizada ya no había ningún pueblo que correspondiera a sus deseos.

En 1984, partió estado malasio de Sarawak, en Borneo. Allí, se sumergió en la selva con un valor y una audacia fuera de lo común. Su deseo: encontrarse con las 300 familias penan que vivían aún a plenitud su existencia nómada en el corazón de la selva tropical.

Los penan aceptan a este curioso extraño entre ellos. Bruno Manser se despoja de todo lo que había llevado consigo: vestimenta, botiquín de primeros auxilios, pasta de dientes, zapatos. Miope, decide sin embargo guardar sus anteojos. Se esfuerza en caminar descalzo, a pesar del dolor inicial, de las heridas permanentemente abiertas, y de las espinas que debe retirar regularmente con un cuchillo. Aprende a soportar el dolor. Aquellos que como los penan viven en la selva, deben aceptar el dolor como una evidencia. Caminar descalzo se convierte en un hábito, un acto de liberación. Él, el hombre de la modernidad, ya no depende de sus zapatos. ¡Una victoria sobre sí mismo!
Bruno Manser con el jefe penan Along Sega.
Bruno Manser con el jefe penan Along Sega.
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7 de abril de 1993: Bruno Manser y Martin Vosseler en huelga de hambre en Berna, para exigir el cese de importaciones de maderas tropicales.
7 de abril de 1993: Bruno Manser y Martin Vosseler en huelga de hambre en Berna, para exigir el cese de importaciones de maderas tropicales.
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Rápidamente se gana el inmenso respeto de sus anfitriones. Se adapta a la vida de los penan sin compromiso alguno. El andar descalzo, la desnudez, el hambre, la humedad, los insectos, las sanguijuelas, así como las úlceras en la piel y el paludismo forman parte de su cotidiano. Y, por último, él, con todo y sus lentes, se mueve en la selva como un penan, abriéndose paso con su machete, descansando en cuclillas como los nómadas. Atraviesa a nado los ríos con sus crecidas, construye su vivac de noche en las copas de los árboles.

La vida simple de la selva le gusta. Es como si hubiera encontrado a su familia de una vida anterior. Ya no quiere volver a Suiza. Terminaron la estrechez, los gases de escape, el ruido. Ya no quiere formar parte de esas personas que con el declive de la biodiversidad se alejan cada vez más de la vida natural, aquellos que buscan a través de la tecnología, el dinero y la industria del entretenimiento, un sentido a su vida, una vida en la que se pierden y que los entristece cada vez más.

No, es ahí, en medio de ese pueblo simple y cálido, donde quiere permanecer, sufrir, ser feliz y disfrutar de la vida que ofrece la selva. Todo eso a pesar de la nostalgia latente, no de Suiza, sino aquella que le despertó el recuerdo de su familia y de sus amigos. Un dolor en el alma que lo impulsa a escribir y a enviar regularmente grabaciones caseras, pero no a abandonar voluntariamente a su nueva familia en la selva tropical. Sí, ¡había llegado al paraíso que había imaginado! Nada lo convencerá de partir.

Para los penan era uno de ellos, ‘Laki Penan’. Él también se limitaba a la naturaleza salvaje: la pesca con redes, la caza de osos, monos, jabalíes, ciervos y pájaros con una cerbatana y veneno o una lanza, la recolección de frutos silvestres y la extracción de harina de sagú a partir de palmitos silvestres.

Aprende la lengua, anota todas sus observaciones, compila un sinnúmero de documentos sobre los hombres, los animales y las plantas. Ya presiente tal vez la destrucción de ese mundo de árboles gigantes, con sus aguas límpidas y su fauna y flora de una increíble riqueza.

En efecto, la selva es destruida en muchos lugares por las empresas madereras, con la bendición de un gobierno que hace caso omiso de los derechos territoriales y la situación cada vez más precaria de los habitantes de la selva.  Para los políticos de Kuching, capital de la provincia de Sarawak, la selva tropical no es más que un gran mercado de autoservicio. Las maderas preciosas de los gigantescos árboles son vendidas para satisfacer las necesidades de los consumidores de los países industrializados. Son transformadas en vigas para los techos, muebles, yates de lujo, marcos de ventanas y manijas de todo tipo.

El enemigo número uno del Estado

Cuando el primer rugido de las motosierras se hizo oír, comenzó para Bruno Manser la expulsión del paraíso. Los penan le piden ayuda. Bruno Manser, con el apoyo de los nativos construye barricadas para detener a las excavadoras. Se endosa de un día para el otro el papel de estratega de una resistencia no violenta de los penan contra una civilización a la que había dado la espalda. Se enfrenta a las empresas y a un Estado que, con concesiones y soldados, destruyen el hábitat de los pueblos de la selva. Se convierte así en el enemigo número uno, el hombre a cazar y a abatir.

Equipos de televisión se desplazan para filmar a ese valiente guardián de la selva tropical. A los ojos de la prensa internacional, el “blanco salvaje” se ha convertido en el portavoz de los penan. Aparece de manera modesta, con una voz tranquila y un lenguaje honesto. El mundo entero lo escucha. Bruno Manser, el arquitecto de la resistencia, se convierte en un símbolo de la lucha contra la deforestación de la selva tropical.

“Alarmado por el hecho de que el hábitat de los penan es sacrificado para permitir la producción de madera barata para el mercado internacional, regresa a Suiza en 1990 para hacerse oír –‘No construyan sus casas con nuestros bosques’- en nuestra civilización”. En Basilea, con el apoyo de Roger Graf, un defensor de los derechos humanos, funda la poderosa organización ‘Bruno Manser Fonds (BMF)’. El objetivo es incitar a las consumidoras y los consumidores de los países industrializados a renunciar a la madera tropical.

Los BMF insisten en la simbiosis entre los pueblos de cazadores-recolectores y su entorno. “Cuando el bosque muere, los hombres mueren también”. Suave en la forma, pero inflexible en sus principios, la organización lleva ante organismos internacionales como la Unión Europea, la Organización de las Naciones Unidas y la Organización Internacional de los Bosques Tropicales, la difícil situación de los penan. Bruno Manser vive muy modestamente en Suiza, trabaja muy duro, viaja mucho. Continúa su lucha junto a los penan en Borneo para tratar de impedir la masacre del bosque. Se radicaliza, al sentir que los penan tienen el tiempo contado.

Se pierde la huella

En Suiza, Bruno Mansar comienza una huelga de hambre para reivindicar una prohibición de las exportaciones de maderas tropicales. "Aquellos que están satisfechos no entienden a los hambrientos", dice. La selva de Sarawak desaparece, los animales son cazados o pescados de manera furtiva. La vida de los penan se hace cada vez más precaria. En 1996, el 70% del bosque primario ha desaparecido. El defensor de la selva da a conocer sus reivindicaciones mediante acciones temerarias en Europa y en Sarawak. Pero nada funciona. En 2000, Bruno Manser viaja a Borneo otra vez y desaparece para siempre.

¿Fue asesinado y desaparecido sin que los agresores dejaran rastro? Es la explicación más plausible, pero hasta ahora no ha sido probada, como tampoco la hipótesis de un accidente o un suicidio. Su desaparición sigue siendo un misterio. Hoy, sus familiares y amigos ya no lo esperan. Sienten su presencia en sus corazones, sus pensamientos. Si estuviera entre ellos, sin duda les diría con su portentosa voz: “Solamente los actos cuentan, los tuyos también”.

Ruedi Suter, autor del libro ‘Bruno Manser - la voz de la selva'
7 de abril de 1993: Bruno Manser y Martin Vosseler en huelga de hambre en Berna, para exigir el cese de importaciones de maderas tropicales.
7 de abril de 1993: Bruno Manser y Martin Vosseler en huelga de hambre en Berna, para exigir el cese de importaciones de maderas tropicales.
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  • Redacción
    Marcela Águila Rubín, Anand Chandrasekhar, Philipp Meier, Susan Misicka, Ruedi Suter

    Fotógrafos
    Daniele Mattioli, Georgina Goodwin, Trent Grasse, Rodrigo Muñoz, Bruno Manser Fund

    Edición de fotografías
    Christoph Balsiger, Thomas Kern, Ester Unterfinger

    Producción
    Filipa Cordeiro, Devaprakash Giretheren, Kai Reusser, Luca Schüpbach, Felipe Schärer Diem

    Traducción
    Marcela Águila Rubín

    Coordinación
    Susan Misicka

    @swissinfo.ch

    Credits: Bruno Manser Fond , Bruno Manser Fonds, Daniele Mattioli, Georgina Goodwin, Keystone, Rodrigo Muñoz, SRF-SWI, SWI swissinfo.ch, Sakchai Lalit/AP Photo/AFP, Sandra Gysi, Trent Grasse

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